(A mi madre, quien se quitó todo para darme todo a mi).
Miro. A mi alrededor el otoño ha barrido el verano,
Las hojas rojas han borrado
la risa de la cara de las gentes de cualquier ciudad
Ha
teñido de negro sus ropas, como en los lutos de antaño
Y
ese gesto humilde como de buena gente
parece ahora una sonrisa triste de payaso.
Pienso.
Cuántas veces he criticado
los
valores que las madres de nuestra generación
nos
inculcaron:
“sé
generoso”
“Comparte”
“ayuda
a los demás”
“No tires cosas al suelo”
“No
grites que molestas”
“La belleza está
en el interior”.
Mil cosas más.
Recuerdo.
Todas las veces que a solas con la mía.
Le
he reprochado esos valores.
“Valores obsoletos” -le decía yo-.
“En una sociedad como esta la belleza
importa, las personas no comparten ni se escuchan, sólo piensan en salvarse”.
“Con estos valores, vosotras nos habéis
hecho inermes ante la realidad”.
Planteo.
La posibilidad de eliminar esas premisas
Enseñar
a mis hijos, y éstos a los suyos, a que se salven.
Que
no les asfixie el corsé de los ideales.
Que
no sientan que no caben en la silla.
Escucho.
Lo que ella dulcemente me responde.
Que
la felicidad es colectiva.
Que
un pueblo sobrevive solo si está unido
“Hija, que de tu alegría depende la mía.”
“Cariño, que lo que tú haces le repercute
a quien tienes al lado”
“Y hasta que no nos demos cuenta, la
ceguera continuará".
Comprendo.
Que en esta guerra que está a punto de estallar
Las
ciudades arderán para destruirse.
Recogeremos
los pedazos de nuestra dignidad
Pintaremos
las sonrisas, vestiremos humildad.
Y
por fin seremos nosotros.
Bienvenida
sea esta muerte.
Da miedo.
ResponderEliminarEs lo que hablabamos el otro día, no?
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