Ella nunca viaja sola.
Siempre lo hace acompañada de su soledad.
Y a cada sitio al que llega: inventario de lo que cree llevar.
Infantilmente, casi siempre se olvida de contar entre sus pertenencias,
la sombra de su soledad.
No es que ella a propósito la busque.
Más bien al contrario, prefiere taparla de muchas maneras:
Con su sonora carcajada - risotada que enmascara los surcos que deja en
la piel lo vivido-.
Con su desdeñoso comportamiento – triste disfraz de su alegría enlatada-
Se trata de un sutil pacto de convivencia concebido como inocuo
pero que hiere con la lentitud
con la que caen frías las gotas de agua
antes de desvanecerse en superficiales círculos
dentro de un profundo charco de lluvia.
Se trata de una herida abierta que proviene de antaño:
De cuando jugaba en el columpio
De la escalera a la que le faltaban peldaños
De la casa errante.
Prefiere mirarla de reojo, hacer que no está.
Prefiere avanzar vacilante, con aire despreocupado
Casi como flotando entre nubes.
La sonora carcajada
El flotar efímero entre nubes
El jamás mirar atrás, ignorando cualquier posibilidad de nostalgia.
Me pregunto, qué ocurrirá el día que su soledad se siente frente a ella.
El día en que por fin se encuentren, cara a cara.
¿Sentirá ese día la losa pesada de la que tanto tiempo ha estado
huyendo?
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