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miércoles, 27 de junio de 2012

EL ABUELO

“Dónde estarán las malditas tijeras”, se preguntaba Pablo mientras daba vueltas por el salón buscándolas.
Trosky le miraba sentado desde una esquina moviendo el rabo.
--¡Mierda!,¡Trosky!, ¿dónde guarda tu dueña las tijeras?-- Gritó inquieto mientras movía los brazos haciendo aspavientos.
El perro le miró y se echó a correr hacia el fondo del pasillo. En un par de minutos el chico escuchó a lo lejos el ladrido. Fue hacia él. Lo encontró en la habitación de la abuela ladrando al armario. El chaval abrió el mueble y se encontró de golpe con las tijeras.
“¡Coño!, qué bicho más listo”, pensó mientras metía la mano derecha en el bolsillo del pantalón en busca de un pitillo de su cajetilla de cigarros, como recompensa por los nervios pasados. Con el pitillo ya en los labios, metió de nuevo la mano, esta vez en el bolsillo de atrás de sus jeans. El timbre sonó. Sacó la mano y se dirigió hacia la puerta sin darse cuenta de que el encendedor que buscaba en su ropa había caído al suelo. Abrió la puerta y una anciana de pelo blanco y sonrisa dulce entró en la estancia.
Al sonreír a su nieto, las arrugas le inundaron la cara.

--Te he comprado de esas palmeritas de chocolate de la pastelería de abajo que tanto te gustan.
--Gracias abuela, dijo sonriente mientras volvía en busca de su cigarrillo. ¿Te importa que me fume un piti antes de ponerme a arreglarte la caldera?—
--No deberías fumar, hijo. Si tu abuelo no hubiera fumado como un carretero ahora estaría aquí conmigo y sería él quien la estaría arreglando. O lo harían unos obreros, que nosotros antes vivíamos muy bien-- respondió la abuela con semblante triste y pensativo.
--Hablando de eso, ¿ya te han concedido la pensión?-- , preguntó Pablo.
--Sí hijo, sí. Toda la vida trabajando como un burro para que a su viuda le den cuatrocientos míseros euros mensuales. Con eso no tengo para mucho…
--Venga abuela, hazme ese rico guiso que me has prometido que, en cuanto me lo fume, me pongo con la caldera. ¡Te ahorrarás mucho dinero si la arreglo yo!, dijo en un intento inútil de consuelo mientras buscaba con la mano el encendedor en el pantalón.
--“¡Vaya día llevo, ahora no encuentro el mechero!--exclamó impaciente--.

Trosky, que llevaba un rato dormitando a los pies de su dueña, se puso en pie como un tiro, miró al joven y salió disparado por el pasillo. A los cuatro segundos, de nuevo el ladrido del perro.
Pablo, incrédulo, siguió los pasos del perro hasta llegar al salón donde Trosky ladraba al mechero caído al suelo. Lo recogió y volvió a la cocina.
--Abuela, este perro es muy listo. Cuando no encuentras algo, lo busca. Ya lo ha hecho dos veces desde que estoy aquí.
La anciana apartó la vista del puchero, miró sonriente a Pablo y nada sorprendida le dijo: “Ya lo sabía, tu abuelo decía que tenía un olfato que iba más allá de lo que podía oler un perro normal, que lo encontraba todo. ¡Si se pasaba las horas adiestrándole!
El muchacho seguía estupefacto, él pensaba que lo de antes había sido casualidad.
--¡Ay hijo! no me mires así, que lo que te digo es verdad. El perro es listo y tu abuelo era un genio, un gran hombre. Y si no te lo crees, --continuó la anciana— dile al chucho que te traiga cualquier cosa.
El chico seguía atónito mientras aplastaba la colilla en un cenicero transparente que había encima de la mesa. -¿Y qué le pedimos que busque?-preguntó al fin.
Cualquier cosa, no sé… ¡un tesoro!, -dijo la abuela entre risas-. Cuando eras pequeño andabas todo el día buscando tesoros por la casa.
Es verdad, qué bien lo pasábamos…--afirmó el nieto con una sonrisa divertida y melancólica a la vez.
La abuela rompió ese instante dando dos sonoras palmadas: “¡Trosky, Trosky, no encuentro mi tesoro! ¡Búscalo!”
El perro se puso en pie rápidamente, salió de la cocina atravesando el pasillo y se perdió en una de las habitaciones del fondo de la casa mientras los dos miraban la escena muertos de risa.
De lejos, oyeron como un objeto se hacía pedazos y el perro ladraba alto y fuerte. Se miraron. Fueron corriendo a la habitación. Al entrar, vieron al chucho encima de la mesilla de noche. En el suelo, la lámpara de la mesita hecha añicos. El perro ladraba al cabecero de la cama. Abuela y nieto se acercaron, no veían nada. A Pablo, de repente, se le ocurrió mirar detrás del cabecero. Ahí estaba lo que anunciaba el perro. Un sobre pegado con esparadrapo detrás del cabecero. El joven estiró la mano para alcanzarlo. La anciana respiraba profunda y agitadamente. Sacó el sobre. La señora le pidió con la mirada que lo abriera. Al abrirlo, un fajo significativo de billetes de color morado asomó tan resplandeciente que logró iluminar los ojos de la anciana con una chispa de esperanza.

3 comentarios:

  1. Trotsky se llamaba el perro?? Yo tengo un hamster ruso que se llama Lenin, jajaja.
    Tendrá continuación el texto? Da la sensación de que puede seguir fluidamente.

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  2. Mi primer comentario, qué ilusión!

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  3. Sí, pero no veo respuesta a mis demandas como lector, jajajajaaj

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