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miércoles, 27 de junio de 2012


 ICEBERG



Mis pasos crujen bajo mis pies en este grosor de nieve que atravieso, dejando mis huellas marcadas con tanta nitidez que cualquiera podría saber el número que calzo  y hasta la marca de las botas que llevo puestas.

El paisaje es una estepa blanca, un yermo manto de nieve y hielo. Y como banda sonora: un intenso silencio.

Mientras camino, soy consciente de que con cada paso que doy te olvido. Y lo hago con tanta facilidad que hasta a mi me asustaría si no fuera porque en el fondo sé que nunca me tuviste.

En este escenario  lleno de espejos, tengo la certeza de que eres tú el que camina tras de mi.  Puedo escuchar tus pisadas  acercándose con rápidas zancadas queriendo perseguir las mías. Pasos atropellados, inseguros -casi torpes-,  como los que daría alguien que teme caer.

Cada vez avanzas más deprisa, acelerando el ritmo de tus pasos que  han dejado de ir al compás de los míos. El suelo es un conjunto de pisadas exánimes que no llevan a ningún sitio.

Como estás a punto de alcanzarme, decido pararme. Me aquieto y bajo lentamente la cabeza evitando llorar.

 El reflejo brillante del sol se clava en la nieve.

“Qué curioso”  -Pienso-  “Mi tristeza y yo también estamos clavadas en la nieve”.

En este instante, siento una soledad  helada  que se asemeja al tiempo  detenido.

Soy incapaz de moverme, tú estás cerca y, aunque aún no me he girado, siento el dolor de tu presencia en mi espalda como una puntiaguda estalactita.


El cielo brilla entre azules y reflejos de luz que se estrellan contra el gélido suelo y rebotan como un arco de luz produciendo chispas en este paisaje muerto.

Ahora que estás aquí tan quieto como yo y en silencio, no hay entre nosotros ni siquiera el ruido  de los pasos.

Estiras, como a cámara lenta, un brazo colocando tu mano en mi hombro derecho.

 Ni una chispa de calor recorriendo tu mano. Más frío. Siento frío y el paisaje está triste.

Yo me giro y temo mirarte por si acaso me contagias de tu vidrio.

Venzo mi miedo. Te miro a los ojos pero tú no me ves. Tu mirada me mira sin verme y se pierde en este paisaje vacío.

Yo, sin embargo, creo adivinar todo lo que guardas. Y es ahora cuando comprendo porqué tengo frio. Que solo eras un instante de luz que luego se apaga. Una rápida llama de mechero, el segundo de vida de una cerilla.

Pero después, sólo el reflejo de luz, el humo de nicotina, el olor a fósforo.

Es entonces cuando pienso que tal vez sea cierto lo que otras veces había pensado: que hay personas que no son más que un trozo de iceberg. Incapaces de amar todo lo que no sea ellos mismos.

Mis ojos, ahora sí, son un charco de lluvia  que derrite el hielo. Y tú sigues sin verme, sin reconocerme.

De tu boca sale  una exhalación de vaho helado que los dos seguimos con la vista y que  dibuja el final en el cielo.

Hace más triste que nunca y yo tengo mucho frío.

El fin rompe el estallido de silencio. El fin es el comienzo.

Yo me doy la vuelta y sigo andando.

Tú, te das la vuelta y deshaces sobre tus propias huellas, el camino andado.








 





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