Carta a Nando
Hay días que amanezco con
una frase flotando en mi cabeza: la fuerza más poderosa que existe no es otra
que la voluntad.
Esta frase, que reconozco
ignorar si es literal o no, fue dicha de alguna forma parecida a esta por
Albert Einstein; quien a propósito de fuerzas tenía algo que decir.
Te alejas de mi, pero
antes me golpeas como un púgil a su saco en un día de entrenamiento.
Quieres así, reunir el
valor de juntar puñados de arena recogidos a toda prisa (y que se escapan entre
tus dedos) para formar un gigante desierto que nos separe.
Estás equivocado.
Ese inmenso vacío, ese
espantoso silencio existía antes que yo. Y nos une.
Esa es la belleza de lo
nuestro.
Cuando ella te mira con
sus inocentes ojos, comprendes que está sentada –sonriente y balanceando las
piernas- sobre tu corazón. Y tú en el suyo.
Y posas tus labios sobre
ella con tanta ligereza que te maravillas al pensar
“¿Cómo es posible haber
hallado el único oasis de este desierto?”
Con una rápida ráfaga de
aire caliente se han esfumado los puñados de arena. Y lo único que parece
quedar de ese odioso desierto es su paz.
La tenacidad de mi amor
necesita de tu auxilio. Y viceversa.
El miedo en tu cuerpo, mis
brazos firmes.
La carcoma de tu madera,
sólo tu perseverancia.
Y la fe de los dos.
Un lento y duro camino,
sí.
Ya sabemos qué pensaría
Einstein acerca de esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario